vendredi 27 septembre 2013

Arañamaquia

Punto de vista de la rosa,
   Cuento para niños tontos y adultos listos
Arañamaquia, matadme

Hace poco prohibieron la tauromaquia en la tierra naranja. Un viaje al pueblo grande era la última oportunidad para disfrutar de ello.
-¿Vamos al campo grande? Podríamos ir a los toros, le pregunta la risa a la rosa
-No. Tengo mejor idea, vamos a la arañamaquia, contesta la rosa, ¡arañaré yo y me echarás un aguijón! Verás lo divertido que es, conozco una araña, creo que puedo matarla usando bromas pesadas y mentiras como banderillas, seguro que me dan las ocho patas y los ocho ojos.

Fue así como la rosa se puso en contacto conmigo diciéndome que si quería, las podía acompañar a ella y la risa en un viaje al campo grande. Llevaba tiempo inventando cualquier cosa para compartir unos momentos con la rosa. La convivencia que habíamos compartido me había dejado ganas de devolverle parte de la generosidad y hospitalidad que me había dado. Además tenía mucha curiosidad por visitar el campo grande. ¿Cómo no le iba a responder que sí, que quería viajar con ellas?
Además ella tenía toda la confianza mía, tuve la debilidad (en francés débile se puede traducir imbécil) de haberle comentado que la había echado de menos.

Al llevar aquellas gafas de Angelosa, ni me di cuenta que estaba en el centro de una arena, delante de todos los bichos raros que eran amigos de la rosa. Empezó a despreciarme. Empezó a culparme de que las arañas comeríamos el único bicho que a ella le parecía bonito, la mariposa, cuando me alimentaba principalmente de mosquitos. No me daba cuenta de lo que estaba pasando. La admiración que le tenía hacía que me era imposible decirle nada, sobre todo delante de sus amigos. Ella lo notó y sintiéndose en posición de fuerza, siguió destrozando lo que me quedaba de dignidad. Estos comentarios eran sus banderillas. Lo último que dijo fue que era inofensiva porque no llevaba veneno cuando fue ella quien insistió para que no lo llevará. "Esta araña ni siquiera podría defenderme", afirmó. No supe decirle que no corría ningún riesgo, que todo el mundo la apreciaba, tampoco supe decirle que se estaba pasando con sus juegos crueles, y que sería mejor que me sacrifique de una vez... ¡ya!

Ahora tengo que aguantar las heridas, yendo coja y con la vista alterada: los jueces que querían ir a dormir rápido, dieron una pata y un par de ojos a la matadora.
Lo peor... no fueron los golpes y las profundas marcas dejadas por las banderillas, por muy dolorosos que fueran. No, lo peor fue que ni se dio cuenta que sobreviví a su último golpe. Ya, es un poco disléxica, en vez de darme un golpe de espada, me dio la espalda.

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